A la edad de 8 años me creí poderosa. Pisé la primera cucaracha. Me sentí realizada. En ese momento, mi divina conciencia no supo que aquel acto marcaba el comienzo de una guerra. Un conflicto bélico que las cucarachas me declaraban, su constante venganza. Vaya a saber qué miembro importante habré matado, deben ser familias grandes. No me di cuenta de esto hasta hace unos meses cuando, meditando un poco sobre los hechos interesantes y asombrosos acontecidos en mi vida, se me ocurrió dicha posibilidad.
El primer episodio sucedió pocos meses después del acto homicida que cometí. Estaba yo en la cocina tranquila, charlando con Madre, cuando comencé a sentir cierto cosquilleo en la pierna derecha. Son rápidas, apenas bajé la vista, y divisé a la cuca, ya estaba a la altura de mi rodilla. Era seguramente la valiente, la más resentida por el daño que les causé. Terminó muerta entre mis gritos de horror y el zapatillazo de Padre.
La segunda peripecia (palabra que encontré en la lista de sinónimos) fue masiva. Época de pijamas party, una emoción, tenía nueve añitos. Invité a cuatro o cinco amigas a casa. Nos ubicamos con colchones en el comedor. A las 12.37 de la noche llegó mi hermana, y se quedó charlando con nosotras. No pasaron ni quince minutos que, debajo de un mueble del living, salieron unas siete u ocho cucarachas. Ni siquiera ahí pude comprender que me estaban atacando. Y pobres mis amigas, deben haber pensado que mi casa era una suciedad, pero en realidad estaba todo planeado por éstos bichos, ellos eran los sucios y malvados. Intentaban vengarse. Corrimos todas a mi habitación cuatro por cuatro, nos encerramos en ella y cubrimos la parte de abajo de la puerta para que ninguna irrumpiera nuestro sueño. Dormimos apretujadas pero a salvo. A la mañana siguiente no estaban, no había rastro del enemigo.
Hechos mínimos y numerosos se deben haber acontecido desde la pijamada hasta lo que contaré en breve, pero no tengo registro alguno. El siguiente suceso fue a los 11 años, en la escuela. La maestra había pedido que formemos grupos de cuatro. Tres compañeras y yo juntamos dos mesas y nos sentamos a hacer unos ejercicios matemáticos (ahora que recuerdo, no entiendo para qué el grupo). Los números me encantan. Yo estaba compenetrada en mi cálculo, cuando advertí que delante de mi mano caminaba un ejemplar de esa asquerosa especie. Era grande, roja y sus patas peludas. Grité, como siempre. Las cucas comenzaban a aterrarme. A esa no la pudieron ultimar, escapó.
Al año siguiente me sorprendieron en mi lugar favorito de la casa, la bañera. Estaba todo listo para mi baño de inmersión, cuando aparecieron dos en el borde de la bañera. Siendo el baño un espacio sagrado, tomé valor y las maté. Segundo hecho que creía heroico, sin pensar en las consecuencias.
Luego intentaron varios alzamientos contra mi persona pero ninguno de gran magnitud. Durante varios años obligué a Madre a que tirara Kaotrina cada dos meses para evitar invasiones. He logrado deducir, en el transcurso de esta crónica de guerra, que la mayoría de las tentativas de las cucas fracasaron. Sospecho que por eso detuvieron sus ataques. Con el tiempo olvidé el conflicto, que seguía vigente pero en la clandestinidad. Estaban preparando el ataque final, que les llevó años de elaboración para conquistar su imperioso objetivo.
Las cucas lo tenían todo planeado. Julio de 2006, era invierno, no había rastros de kaotrina, y existía un clima de tranquilidad con respecto a las invasiones cucarachescas. Era el momento oportuno.
Es necesario aclarar, para entender el siguiente acontecimiento, que duermo en una cama marinera, abajo. Una de las tantas noches me acosté con plena confianza. Mis sentidos debían estar inconscientemente alertas, porque apenas sentí que una cucaracha caía sobre mi cara, no sólo me asusté, sino que también la agarré con todos los dedos de mi delicada mano y la tiré hacia no sé donde. Me invadió el pánico. Típica frase, pero verdadera. Me embistió la cuca y el pánico. En constante lucha contra mi tormento, prendí la luz. Estaba ahí, en guardia. Había logrado su objetivo. Yo estaba horrorizada. En un instante de bronca e histeria por mi evidente derrota, agarré un libro, que tenía al costado de mi cama, y la maté, la aplasté, la hice puré. Me vengué, pero el daño estaba hecho (y el libro manchado).
Como mensaje final, debo decir que yo, Mariela, me declaro vencida. Levanto la bandera blanca y les digo que sí, han salido victoriosas. Son vencedoras, triunfadoras, ganadoras y todos los sinónimos existentes. Han logrado su objetivo: mi pánico a las cucas. Con todo respeto, Las Cucarachas.